Ventajas y desventajas del castigo
Antes de la década de 1930-1940, era común que los padres aplicaran el castigo físico para promover el control de esfínteres y el destete, y también para evitar que el niño se chupara el dedo pulgar o se masturbara.
Después la escena comenzó a cambiar, como resultado de la aceptación de las teorías psicoanalíticas. Skinner (1938) fortaleció el argumento contra la aplicación del castigo, cuando demostró que el castigo suprime solo temporalmente una fuerte conducta operante en las ratas. Para muchos especialistas en el cuidado de los niños, la conclusión parecía clara: si el castigo no elimina la conducta indeseable, y más bien causa problemas de personalidad, entonces el castigo no debe aplicarse. Los castigos empezaron a disminuir y a los niños se le permitió expresarse con libertad.
La aplicación excesiva del castigo puede provocar efectos negativos en el desarrollo social, además de problemas de personalidad en el niño; pero las demostraciones actuales no fundamentan la creencia de que una aplicación moderada es nociva. El castigo no elimina la tendencia del niño a realizar determinados actos, pero puede ser eficaz para evitar la comisión del acto. Sin embargo, el objetivo no es suprimir la mala conducta, sino que la supresión sea útil porque permite una oportunidad para reemplazar los actos malos por actos más aceptables.
Efectos secundarios del castigo
Existen varios efectos secundarios que son potencialmente dañinos, aunque solo se tratarían de dos: primero, existen pruebas de que el castigo puede hacer agresivo al niño. Una razón es que los padres sirven como modelo de agresividad y cuando el niño observa que el empleo de la fuerza, en especial la agresión física, es un refuerzo eficaz y aceptable para lograr lo deseable, imita esta conducta en su trato con otras personas.
Los estudios de la agresión en adolescentes demuestran la estrecha relación entre su agresividad y los patrones de castigo físico que experimentaron durante su niñez (Button 1973, Walters y Grusec, 1977). El castigo también puede provocar agresividad cuando hace que el niño se sienta frustrado o es muy severo (Azrin y Holz, 1966). Otro efecto secundario es que el niño asocia los sucesos desagradables de castigo con los padres y, en estas circunstancias, el niño evita el contacto con ellos; el niño expresa este sentimiento al permanecer menos tiempo con los padres y cuando está con ellos es grosero y menos sociable.
En consecuencia, el castigo debe aplicarse con cuidado y moderación, porque el exceso puede convertir al niño en un ser antisocial.
FUENTE: http://pepsic.bvsalud.org/scielo.php?pid=S1609-74752008000100007&script=sci_arttext
La diferencia como valor social.
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